Crónica - Beermad: cerveza, country y emprendimiento joven
- Lucía Cardó
- 19 oct 2017
- 5 Min. de lectura

El jueves 12 de octubre no fue un día cualquiera en Madrid. A las 7 de la mañana, cuando los ciudadanos se preparaban para salir de sus casas y enfrentarse a una nueva jornada de trabajo, unos técnicos daban los últimos retoques en un escenario montado en la Caja Mágica. Mientras los aún dormidos universitarios abrían sus ordenadores en clase, varios maestros cerveceros probaban los grifos de sus stands en la calle Camino de Perales. Y a la vez que las persianas de las ventanas se levantaban, que las farolas de las calles se apagaban y que los coches empezaban a conformar el tráfico mañanero de la capital, la segunda edición de la Feria de la Cerveza Artesana, Beermad, daba comienzo. “Mercado de la cerveza y del queso artesano - 12, 13, 14 y 15 de octubre”, leían los carteles colgados a la entrada del evento. La inmensa Caja Mágica, el estadio de tenis por excelencia de la ciudad, albergaba en sus alrededores a más de 60 carpas preparadas para descubrir al público una variedad de productos y sabores. En torno a las grandes paredes grises de este local, que ha sido hogar de campeonatos de balonmano y tenis, premios internacionales de música, festivales y conciertos, se aglutinaban puestos de bocadillos, perritos calientes, croquetas, quesos, patatas, café, y claro, cerveza. A las 12 del mediodía, los nerviosos expositores de esta segunda edición observaban cómo las puertas del recinto se abrían, cómo los guardias de seguridad revisaban mochilas y bolsos, y cómo los primeros asistentes, curiosos, se adentraban en el Beermad. Este año supondría la consolidación de la feria como un referente gastronómico en la capital o su resignación como un evento menor para un público más especializado. Habían pasado de colocar sus puestos en el Museo del Ferrocarril durante su primera edición a la Caja Mágica en la segunda, con la esperanza de que los 30.000 asistentes del año pasado se multiplicaran en el 2017. Los primeros aventureros que llegaban a la estación de metro San Fermín de la línea 3 parecían confundidos al salir a la superficie. Un cartel torcido, que señalaba el camino erróneo hacia el estadio desataba el caos en la calle. “Perdona, ¿sabes dónde queda la Caja Mágica?”, “Oye, ¿no iréis al Beermad no? ¿Es por allí?”. Como si se tratara de un pelotón, pequeños grupos de personas iban bajando la Calle Adora, intentando disimular que seguían a los que tenían delante, confiando en la impresión de que sus vecinos también se dirigían a la feria. Finalmente avistaban los grandes carteles con hombres sujetando raquetas que luce el recinto. “Es allí, donde lo del tenis” se indicaban entre ellos. Pero el tenis no era lo más importante de ese jueves. “¿No has comprado un vaso? Tienes que ir a esa carpa de la entrada y comprar uno. Lo traes y te pongo la cerveza”, indicaban los maestros cerveceros a los novatos de la feria. El procedimiento era fácil: 2,50 euros por un vaso oficial del Beermad, que llevarían a cada puesto en el que quisieran probar una bebida. Estas serían servidas allí por un precio en torno a otros 2 euros. Poco a poco, las colas en la carpa de vasos empezaban a hacerse más largas. Las jóvenes vendedoras rellenaban mecánicamente los espacios que dejaban los vasos vendidos con otros nuevos. La feria cogía ritmo. Y tanto ritmo. Beermad no suponía solamente comer y beber, sino disfrutar de una gran variedad de actuaciones musicales. Su página web ya lo anunciaba “¿Te apetece saborear una buena cerveza mientras disfrutas escuchando a una banda de pop rock años 90? ¿O tú eres más de country? ¿O quizás de tecno…?” Ritmos latinos, espectáculos de magia, grupos imitadores de los Rolling Stones. Parecía que todo cabía en la Feria de la Cerveza. Mientras los asistentes disfrutaban de un trago, una cantante en torno a los 50 años, que repetía continuamente venir de San Antonio, Texas, pedía que formaran filas para bailar su música country. De repente numerosos hombres y mujeres con sombreros de vaquero y botas tejanas se apoderaron de la pista de baile, mezclándose entre el público y dotando al escenario de un aspecto muy peculiar. Si se hubiera hecho una foto en ese momento, nadie habría podido afirmar que ese paisaje de botas entre sandalias y zapatillas se trataba de Madrid. El público se movía de forma sincronizada, en filas, de derecha a izquierda, siguiendo las indicaciones de la cantante de San Antonio. Habían aprendido bastante rápido.
Si la edad de los asistentes era muy variada - desde niños hasta ancianos - la de los expositores se centraría entre los 25-35 años. Jóvenes empresarios que se habían lanzado en un mercado que parecía poco convencional, pero que cada vez tenía más éxito: el de la cerveza artesanal. En el puesto de Hop Wear, una marca de diseño para fans de la cerveza, David explicaba cómo se adentró en el negocio de la cerveza. Hijo y nieto de cerveceros, decidió realizar un curso de elaboración y gestión de fábricas de cerveza artesanal en la Universidad de Alicante y trabajó en numerosas tiendas de cerveza de Madrid hasta que optó por dedicarse a la parte más artística del mundillo. Ahora diseña posavasos, láminas, camisetas, sudaderas, logotipos. En su stand, productos con bromas como “Hay birra después de la muerte” ilustran la enorme cultura que se ha generado en torno a la bebida. “La verdad es que sorprende lo amplio que es el abanico de gente que viene a estas cosas. Algunos lo ven como una moda, pero en otros países ya ha sucedido una revolución cervecera: Estado Unidos, Bélgica, Alemania…”. El emprendedor de unos 24 años posee una mirada atenta y entusiasta, y cuando no está atendiendo a clientes se dedica a esbozar un nuevo diseño en una tabla de madera. David piensa que la cerveza artesanal tiene un futuro estable y prometedor: “Las marcas de cerveza industrial ahora están interesándose por renovar sus productos, tienen la intencionalidad de hacer algo más premium, de mayor categoría. Cuando la cervecera grande que vende miles de millones de litros de cerveza al año se interesa por un producto de mayor calidad te das cuenta de que algo está sucediendo”. En cada puesto, jóvenes expertos explican al detalle el sabor y la elaboración de sus bebidas. “La Jamonera es muy suavecita, la IPA es afrutada, la 360º es mucho más fuerte porque tiene más lúpulo, la Negra tiene un toque de café y cacao…” señalaban los vendedores de la cerveza La Virgen, una marca nacida en 2011. Sonreían, a pesar del estrés causado por los numerosos asistentes que se amontonaban ante su barra, que chasqueaban los dedos o gritaban para llamar su atención, que se quejaban, se pisaban, se impacientaban. Pero la presión no les importaba a los de La Virgen. Estaban felices, porque ahora sabían que en Madrid había un espacio para la cerveza artesanal. Y en el Beermad de 2017, este espacio se había traducido en aforo completo, cuatro días de fiesta, 68 puestos, talleres, catas, música y la seguridad de que una tercera edición de la feria tendría lugar el año siguiente.
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